lunes, 15 de agosto de 2011

ascetismo y castidad cúltica en el mundo helenístico

Al principio y durante bastante tiempo, Grecia permaneció fiel a la religión de Homero, rindiendo tributo a la afirmación del mundo y a la alegría de existir frente al miedo religioso y a cualquier forma de fe espiritista. La vida propiamente dicha era, para los griegos, la vida corporal, fisiológica, sensual; el alma, por sí sola, era una sombra irreal en el Hades.

Sin embargo, en el curso del tiempo, se produjo un decidido cambio de opinión. Los griegos sustituyeron la alegría y el amor por la mortificación, el descontento y la renuncia; sometieron sus cuerpos a ayunos, proscribieron el Más acá en beneficio del Más allá. El horizonte se transformó y alborearon los primeros síntomas de la locura de los milenios siguientes. Surgió un estado de ánimo pesimista, la polaridad de culpa y expiación, la mala conciencia, esa "bestia espantosa" según Lutero o, en palabras de Nietzsche, ese "ojo verdeó" anunciado por un espécimen "demasiado bueno" para este mundo, un espécimen para quien, evidentemente, todo cuanto le rodeaba era "tanto mejor" cuanto "más vil" fuese. Apareció un tipo profundamente desolador, negador en lo fundamental, pero que ejercía de abnegado bienhechor, de salvador, de redentor, algo caritativamente atravesado, sutilmente alevoso. Y al mismo tiempo comenzó a devaluarse la relación sexual con las mujeres, cuyo estatus social ya no dejó de descender.

A propósito de la felicidad en la mortificación Homero ya conoce a los selloi, los sacerdotes adivinos de Zeus en Dodona, "que no se lavan los pies y duermen en el suelo". Desde el siglo VII a. C. hasta el VI a. C. profetas milagreros, sectarios que claman por el arrepentimiento, llamados bácidas -Abaris, Aristeas o el más conocido, Epiménides-, predican la mortificación corporal como medio para favorecer al alma y reforzar el espíritu.

No obstante, todo esto permaneció hasta el siglo V a. C. en un segundo plano. Despreciado por las gentes instruidas y apartado de los cultos oficiales, apenas ejerció influjo sobre la vida griega cuando mayor era su esplendor cultural.

Fue tras las desgracias de la guerra del Peloponeso cuando menudearon los predicadores del arrepentimiento, beligerantes, contra todo lo sexual, floreciendo toda clase de cultos ascéticos secretos, oscuros misterios y filosofías rigoristas que condenaban al cuerpo por cuenta del alma.

En el siglo VI a. C. surgió la primera religión salvífica de Grecia: el orfismo. Se atribuyó a Orfeo, el mítico cantor, y produjo infinidad de "escritos sagrados". Quien viva de acuerdo con ellos, decían, sobrevivirá entre los bienaventurados; quien se obstine, tendrá un terrible destino tras la muerte. Según las creencias órficas, el alma se halla en el cuerpo como un prisionero, como el cadáver de la tumba. Regresa a la Tierra bajo formas de personas y animales constantemente renovadas, hasta su liberación definitiva mediante la negación del cuerpo, mediante la ascesis. De modo que los órficos, que se llamaban a sí mismos los "Puros" y practicaban ya una especie de "indulgencias" (fórmulas mágicas para liberar a vivos y muertos de las penas del Más allá) y algo parecido a misas de difuntos, evitaban la carne, los huevos, las legumbres y la lana en los vestidos, aunque no confiaban en su propia fuerza, sino en la misericordia y la salvación divinas.

Probablemente, el orfismo depende de la doctrina -en muchos aspectos análoga- de Pitágoras (580-510 a. C.), el cual, aún en vida, gozó de una veneración casi divinizante: curó enfermedades del cuerpo y del alma, calmó una tormenta en el mar, sufrió burlas y persecuciones, descendió a los infiernos y resucitó finalmente de entre los muertos, anticipando muchos de los elementos del nuevo Testamento. Pitágoras también rebaja a la mujer. "Hay un principio bueno" dice, "que ha creado el orden, la luz y el hombre", y un principio malo que ha creado el caos, la oscuridad y la mujer".

Influído por la doctrina pitagórica del alma, Platón admitió el uso de los mitos como mentiras pías y finalmente se entregó a una mística y una moral cada vez más nebulosas, hasta el punto de que, en su último escrito, quería ver muertos a los impíos pertinaces. Asimismo, para Platón -que en su Politeia predica una oposición cuerpo alma, pero también la comunidad de mujeres- el cuerpo es una cárcel, el vecino malvado del alma, el placer del diablo; la salvación no está en este mundo, sino en el otro, con lo cual Platón se convirtió en el peor contradictor de Homero, el "Moisés en lengua griega" según Clemente de Alejandría o según Nietzsche, el "bienpensante del Más Allá", el "gran calumniador de la vida", "la mayor calamidad de Europa". Sus ideas -reconocibles en el pesimismo sexual de los estoicos y los neoplatónicos, enemigos del cuerpo y de la vida- han dejado su impronta en Occidente y el Cristianismo hasta hoy.


Así es como se expresa el historiador alemán Karlheinz Deschner, que muestra una versión del culto órfico y de Platón un tanto no halagadora para estos, sin embargo, más adelante presentaré esta misma visión salvada a través de los ojos de María Zambrano, en su forma de mirar hacia el amor, ella dice que Platón salva la sede de las pasiones humanas, que no la niega, es cierto que lo que hace es que niega la idea de carne, pero la idea que realmente reniegan los griegos es la idea de resurrección de la carne, sin embargo, los mitos y ritos órficos como los misterios de eleusis son purificadores, en cierta medida, responden a ese pesimismo de la última época griega, y que anuncia el emergimiento después del cristianismo donde culminará esta idea del amor elevado en dios, en espíritu, pero entonces ya estamos en otro acontecimiento mucho más largo con sus propias derivaciones. Y tampoco podemos culpar a Platón de todo lo que va a venir después, aunque su influencia es evidente. El también lucha contra una época de desorden, de luchas y guerras donde la razón ha perdido todo su sentido de ser. Intenta como Sócrates, su maestro, hallar una certeza en las ideas generales, lográndolo o no, intenta mejorar su visión del mundo.

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