miércoles, 17 de agosto de 2011

el ideal ascético cristiano

Ciertamente el ascetismo es un fenómeno complejo, con muy contradictorios motivos y muy contradictorios efectos, en ciertas ocasiones el apartamiento del mundo y la abstinencia temporal pueden ser absolutamente convenientes, indispensables, expresión de un afán contenido, del autoconocimiento, pero por el contrario el ascetismo que es resultante del miedo a la sexualidad y del antifeminismo, que desprecia lo bello, pisotea la naturaleza,, se complace en la melancolía, en el hastío o el dolor, que odia o fustiga el propio cuerpo, que eleva el sufrimiento, ese ascetismo nace de una especie de locura, de la desdicha o una mezcla de superstición y fanatismo.

Pero lo cierto es que el ascetismo ha sido celebrado durante dos mil años como ejemplo heroico, este tipo humano casto, penitente, glorificado es que vence en el cristianismo ascético después de los profetas. El cristianismo buscaba una esencia, un distintivo frente a Roma, y lo encontró aquí en el culto ascético. Le sirvió como único ideal permanente, como modelo.

Pese a la doctrina a lo largo de dos mil años, Jesús no ofreció ningún programa ascético, lo que siguió fueron malentendidos radicales. La anidmadversión hacia el cuerpo y la sexualidad floreció en el platonismo y el maniqueísmo, el ascetismo es por añadidura gnóstico y estoico, pero en todo caso apócrifo en el nuevo testamento. Quiere quedar libre de esa evasión del mundo, tan grata a los budistas, en el ascetismo, pero en virtud de su fe en la resurrección y el otro mundo, el cristiano es quien hace del ascetismo una causa para traer el otro mundo a éste.

El ideal ascético cristiano siempre tuvo una apariencia por eso distinta, fue el reverso de lo humano, de la alegría mundana, enemigo del mundo, del cuerpo y la sexualidad. Así, Clemente de Alejandría, el primero que llama ascetas a los cristianos entregados a la abstienencia radical, proscribe el maquillaje, los adornos, el baile, y recomienda renunciar a la carne y el vino hasta la vejez. De la misma manera su sucesor Orígenes exige una vida de constante penitencia y lacrimógenas meditaciones sobre el Juicio Final.

El ayuno era obligatorio. Ya se había guardado en los misterios, en el culto de Atis, Isis y MItra, en Eleusis, entre los órficos y los pitagóricos, en el jainismo y en el budismo. El Antiguo Testamento también habla de él y en una ocasión textualmente lo exige "a los bueyes y lsa ovejas". El ayuno es una ley natural, todos tienen el deber de ayunar tanto como sea necesario para amansar sus apetitos.

No fue casualidad que el peor periodo de la locura penitencial tras la caída de Roma fuera también el de mayor incultura. Pues quien quiere dominar la sexualidad permanentemente es permanentemente dominado por ella. Es la abstinencia lo que la convierte en desmesurada, en irresistible, como dice Lutero, que hace del corazón del casto que piense en la fornicación día y noche, y le acomete como a un perro furioso. Si el casto se lanza desnudo entre las hormigas, como Macario, o se revuelca sobre espigas como San Benito, si se azota el cuerpo o se arranca la carne, el instinto subyugado simplemente se venga, dice Lutero, en una palabra se vuelve tanto más salvaje e incendiario cuanto más es negada la naturaleza, entonces, el instinto aflige al asceta con más vehemencia y éste, con frecuencia, emplea toda su fuerza en la lucha contra la tentación.

Esto se ha reconocido desde muy pronto, y por todas partes, pues no sólo Horacio escribió: "Si expulsas a la Naturaleza a golpe de horca, regresará". Pero a pesar de ello constantemente se renovaba el llamamiento a la lucha. El propio Jerónimoc confiesa que fue trasladado en medio de unas jóvenes danzarinas mientras, sobreexcitado por el cosquilleo sensual, hacía compañía a los escorpiones y las bestias: "Mi rostro estaba pálido por el ayuno, pero el espíritu ardía dentro del cuerpo frío por los cálidos deseos, y en la fantasía de una persona muerta a la carne desde hacía tiempo no hervía nada más que el fuego del placer maligno."

Un cronista antiguo se lamenta que los hombres castos han sido "víctimas, bastante a menudo, de una contingencia nocturna más que habitual". Cierto monje parece haber tenido la "contigencia" sieempre que quería comulgar, y cuanto más estrictamente ayunaban los devotos, informa el cronista, tanto más a menudo sufría poluciones, y suponía que las mujeres que uno ve en el mundo son menos peligrosas que las mujeres en las que se piensa.

Ya sospecha San Antonio: "Los demonios acomodan su apariencia a los pensamientos que encuentran en nosotros, lo que pensamos por nosotros mismos lo adornan ellos con largueza". El devoto Hilarión durante sus arrebatos sexuales se golpeaba su pecho de asceta. Evagro se lanzó a una fuente y enfrió su ardor. El monje Amonio tan temeroso de Dios se cortó una oreja cuando veía que su lujuria se despertaba, y el eremita Pacomio que padecía un durísimo acoso estuvo a punto de dejarse morder el falo por una serpiente, aunque después siguió la voz interior: "ve y lucha".

Muchos monjes procedieron a la infibulación para preservar la castidad. Cuanto más pesado era el anillo que llevaban en su miembro -alguno tenía seis pulgadas de diámetro y pesaba un cuarto de libra-, mayor era su orgullo, otros se anudaban gruesos hierros y se volvían como eunucos. Otros estirpaban aquel mal de raíz, con la castración. Esta no era considerada ilegítima como medio más rápido para conservar la "pureza" y según relata San Epifanio sin censura alguna, fue practicada con frecuencia. Muchas autoridades de la Iglesia de la Antigüedad ensalzaron a los "eunucos por amor del reino de Dios". El cristiano Sexto hacía aún recomendación en ese sentido alrededor del año 200 en una antología de sentencias muy leída. Orígenes, el teólogo más importante de los primeros tres siglos, que vituperaba a las mujeres como hijas de Satanás, se emasculó él mismo por razones ascéticas, "un magnífico testimonio de su fe y de su continencia" según elogio del obispo Eusebio, historiador de la Iglesia.

No obstante, cuando cundió esa locura se intervino contra ella. Así, en un sínodo del año 249, fueron condenados los valesianos, quienes no sólo castraban a sus propios secuaces sino también a todo ser vivo que caía en su poder. Y más adelante caso de que las noticias al respecto sean correctas, se habría exigido un examen a los mismos papas para comprobar que conservaban los genitales, en un sillón especial, un ejemplar del cual existe todavía en el Louvre.

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