viernes, 19 de agosto de 2011

la repercusión de las emociones negativas

Los países occidentales no amordazan las emociones, sino que utilizan el potencial incontrolado de algunas emociones negativas -sobre todo el deseo de codicia y el miedo a la inseguridad- para hipotecar y lastrar a las personas con necesidades que les atan de pies y manos durante toda la vida. El comportamiento de la mayoría queda así encauzado por la búsqueda material del bienestar y de la felicidad a través de la acumulación de propiedades y bienes de consumo. El modelo consumista en el que estamos sumergidos se cimenta en los mecanismos que determinan las sensaciones de placer del cerebro: sentimos la necesidad de repetir hasta la saciedad cualquier actividad que nos causa placer, como, por ejemplo, comprar compulsivamente para satisfacer los deseos fugaces. Esta repetición causa adicción y la adicción -un verdadero callejón sin salida- entraña que cada vez necesitamos una repetición más frecuente y más intensa de la actividad placentera para disfrutarla con la misma intensidad.

En este esquema de cosas no se ha contado, sin embargo, con el poder destructivo de las emociones. Nos enfrentamos a las cifras crecientes de enfermedades mentales, a las olas de violencia y de inseguridad ciudadana y a un descontento generalizado por los problemas sociales y psicológicos que acarrean determinadas formas de vida en las sociedades de consumo. Podemos intentar reprimir las emociones negativas que generamos, pero las emociones reprimidas son una auténtica bomba de relojería. Un día, sin previo aviso, pueden estallar a través de la ansiedad y de la enfermedad. Resulta más eficaz modificar los entornos que generan el exceso de emociones negativas, aprender a gestionarlas con inteligencia y fomentar las formas de vida que producen emociones positivas.

No podrá sorprender a nadie que se estime que en torno a una de cada tres personas sufre estrés crónico. Admitir y tolerar su presencia en nuestras vidas no es razonable porque sus efectos son claramente devastadores. El estrés envenena nuestras vidas: debilita nuestra salud, entorpece nuestra mente y nos obliga a vivir encerrados en los confines fisiológicos y mentales de las emociones negativas. Resulta insidioso, porque a menudo nos acostumbramos a convivir sometidos a sus efectos devastadores y deprimentes. La desilusión y la apatía se convierten así en algo tristemente familiar.

A medio plazo la comprensión de aquello que constituye buena o mala higiene cerebral será una herramienta potente para ayudar a las personas a evitar determinados desórdenes emocionales antes de que éstos sean dañinos. Las emociones juegan un papel importante en la regulación de los sistemas que afectan a la salud. Empezamos a vislumbrar el mecanismo que relaciona una disposición emocional positiva con una mejor salud. Las emociones negativas, en cambio, repercuten en los accidentes cardiovasculares.

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