jueves, 25 de agosto de 2011

naturaleza y cultura

La ecuación según la cual “el hombre es a la mujer lo que la cultura es a la naturaleza” -además de insostenible por infundada- es sumamente peligrosa pues la dicotomía cultura-naturaleza sustenta sobre sí, por encabalgamiento, otras muchas parejas dicotómicas, desde el par “razón”-”sentimiento” al par “público”-”privado”, por citar sólo dos que se dan cita en Rousseau. De la falta de fundamento de aquella ecuación no hay mucho que decir salvo que la supuesta condición natural de la mujer tiene bastante poco de “natural”: “La asociación conceptual de la mujer con la naturaleza -concepto nunca dado, claro está por la propia naturaleza, sino siempre social e ideológicamente construido desde las definiciones que la cultura se da a sí misma- no aparece creemos como algo que se pueda derivar sin más de su proximidad a la vida por ser dadora de la misma... Pensemos que la recurrencia en la adjudicación de los lugares en las contraposiciones categoriales responde a la generalizada situación de marginación y de opresión -cuando no de explotación- en que se encuentra la mujer, opresión desde la que se define -pues en ellos consiste la operación ideológica fundamental de la racionalización y legitimación- como aquello que requiere ser controlado, domesticado y superado”. Este texto es de Celia Amorós.

De hecho añade Celia Amorós con justificada ferocidad las instrucciones ofrecidas en el "Emilio" para la educación de las niñas en su alusión a Rousseau -”Las niñas deben ser activas y diligentes, pero eso no es todo; desde muy temprano han de saber contenerse”. “Deben someterse al decoro durante toda su vida, que es el freno más severo y más constante”, “Demasiada indulgencia las corrompe y pervierte con la disipación, la vanidad y la inconstancia, que son los vicios a los que son más propensas”- parecen extraídas del “Manual del perfecto domador”. Para poner otro ejemplo, caro a Celia Amorós, pensemos en la interpretación hegeliana del personaje de Antígona. Con la distinción entre naturaleza y cultura se engarzan para Hegel otras varias distinciones de su cosecha, como las existentes entre el ser-en-sí y el ser-para-sí, la inmediatez y la mediación o lo genérico y lo individual. Merecerá la pena que nos detengamos por un instante en el último eslabón. La dicotomía “género”-”individuo” cumple un papel fundamental por su articulación orgánica con la de naturaleza y cultura. Siendo naturaleza en última instancia, la mujer no accede al estatuto de la individualidad, estatuto cultural por excelencia, que Hegel reserva al ser-para-sí o “autoconciencia” capaz de despegar de la inmediatez. Por el contrario, eso es lo que no puede hacer “la esencia de lo femenino”, compacta en un bloque de características genéricas en que cada uno de sus ejemplares individuales es irrelevante en tanto que tal, por lo que -en cuanto puro “género”- tampoco le será dado orientarse hacia el otro como individuo.

Como comenta Celia Amorós en su "Crítica de la Razón patriarcal" a propósito de este célebre pasaje de la Fenomenología del Espíritu, perla misógina donde las haya: “Para la mujer, dirá Hegel, en la morada de la eticidad no se trata de este marido o este hijo, sino de un marido o de los hijos en general... Aquí se encontraría para Hegel la justificación del doble código moral según se aplique al hombre o a la mujer”. Pues mientras la mujer ha de permanecer ajena a la singularidad de la apetencia, el hombre tendrá derecho a ella, esto es, su “individualidad” se constituye en fundamento de “la cana al aire” masculina. En su condición de género, en cambio, a la mujer “debieran” serle indiferentes un individuo u otro, de donde se desprendería la intolerabilidad de su adulterio que sería “un atentado contra el realismo de los universales”. Nos tropezamos con la cuestión del “nominalismo” que para Celia Amorós vendría a representar el polo opuesto de cualquier reificación de la esencia de lo femenino. Pero no todo feminismo se encuentra reluctante a hablar de dicha “esencia”, esto es de la feminidad.

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