domingo, 21 de agosto de 2011

el surgimiento del dios masculino

Si en el Neolítico hay un número cada vez mayor de demonios de la fertilidad que se suman a los ídolos de la fecundidad, antaño predominantes, también aparece entonces el dios masculino junto a la diosa materna, lo que es un reflejo más, y no el menos claro, de la nueva situación de la sociedad agraria, del creciente significado económico del hombre, consecuencia de la ganadería y la agricultura. Como cuidador del ganado y cultivador del suelo el hombre adquirió progresivamente los mismos derechos que la mujer, hortelana y recolectora, y sobre todo se le consideró cada vez más como procreador. Y justo esta estrecha colaboración en el trabajo, así como el reforzamiento dle sentido agrario de la familia y la función de los padres, encuentran ahora su correspondencia en el mundo de los dioses. Surgen cada vez más divinidades masculinas, a menudo aún están subordinadas, como hijos o amantes, a las femeninas, pero más tarde las igualarán en rango y finalmente en las culturas patriarcales, serán dominantes. La Gran Diosa Madre es destronada y reducida a divinidad subalterna, después a diosa del mundo inferior, expresión del destierro de la religión maternal. Del mismo modo la mujer se ve rebajada, su poder reproductor, disminuido, mientras el prestigio del hombre, del padre, aumenta. Sólo al falo se le reconoce ahora potencia y fuerza vital. Así, Apolo proclama en las Euménides de Esquilo: "La madre no da la vida al hijo, como dicen. Ella nutre el embrión. La vida la crea el padre".

De todos modos, la divinidad masculina sale a la luz tardíamente en la historia de la religión y obtiene su dignidad como hijo de la diosa madre. El hijo de la diosa madre se convierte a menudo en su amante, y así surge el dualismo característico de las grandes culturas arcaicas, el pensamiento de las polaridades, el mito de la pareja divina que concibe el mundo: Padre Cielo y Madre Tierra, cuyo matrimonio sagrado constituye el punto central del culto y la fe.

Cielo y tierra son la pareja primordial, tanto en el mito griego como en el de la lejana Nueva Zelanda, donde se llaman Rangi y Papa. Si en la mayoría de los casos se considera al Cielo masculino, desde los tiempos más remotos se ve a la Tierra como un ser femenino, apareciendo una y otra vez como hembra yacente, de cuya vagina sale el género humano. Deméter, quizás la madre tierra, la diosa griega de la tierra dispensadora de la fecundidad, según un mito conocido ya por Homero, se una a Yasión "en un campo arado tres veces" y da a luz a Pluto, en griego riqueza, las cosechas ubérrimas. Los esposos divinos o incluso los hermanos, en relaciones incestuosas, son imaginados como una pareja humana, unidos en una especie de eterno abrazo, en una cópula permanente, "el dios del cielo fecunda sin cesas con la lluvia, el rocío, los rayos del sol, a la diosa de la tierra, escribe Esquilo y "el campo de labor está conmovido por el ansia de boda. La lluvia cae desde el Cielo, anhelante de amor, y preña a la Tierra. y ella da a los mortales la hierba para el ganado y el grano para el hombre, y la hora del bosque se consuma".

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