miércoles, 17 de agosto de 2011

el monacato fue rechazado por Lutero

El monacato fue rechazado por las Iglesias reformadas, que exigieron la supresión de todas las órdenes que tuvieran votos obligatorios. Estas eran consideradas en aquel momento como "cultos indebidos, falsos, y por tanto innecesarios", como "servicio al diablo" y expresiones similares.

Con la furia característica en él, Lutero rebatió la opinión acerca de la superioridad de la virginidad y declaró que "una criada con fe que barría la casa cumplía una tarea mejor y era más grata a Dios que una monja que se mortificara". Lo mismo que le sucedió a San Antonio cuando tuvo que aprender que un zapatero o un curtidor eran mejores cristianos en Alejandría que él con sus sacrificios monacales.

Lutero no sólo subrayaba que "la castidad dependía tan poco de nosotros ...como el hacer milagros", sino que se atrevía a hacer la siguiente afirmación, en absoluto descabellada: "Aunque tuviéramos encadenados a todos los que sirven al papado, no encontraríamos a ninguno que se mantuviera casto hasta los cuarenta años. Y aun pretenden discursear sobre la virginidad y censurar a todo el mundo, cuando ellos están metidos hasta el cuello en el cieno".

Puesto que Lutero conocía bieneste cieno, puesto que creía saber que "en los conventos, las monjas son castas sólo a la fuerza y renuncian a los hombres de mala gana", no dudó en proporcionarles la libertad evangélica, recurriendo incluso a secuestrarlas. De manera que el Sábado de Gloria de 1523 por la noche consiguió sacar de un convento a algunas religiosas, enviando para ello a un emisario, el ciudadano Koppe, el "secuestrador bienaventurado" a quien otorgó el oportuno reconocimiento. Dichas acciones tan gratas a Dios, que suscitaron el escrito de Lutero titulado Causa y respuesta de cómo las vírgenes pueden abandonar los conventos por amor a Dios, no eran entonces tan infrecuentes y de vez en cuando eran seguidas por la venta en subasta de las liberadas.

Una figura como Teresa de Avila recomienda para el tratamiento de las monjas "melancólicas" la clásica receta usada en los círculos clericales hasta hoy: "Adviertan las prioras que el mejor medio consiste en tenerlas muy ocupadas con las tareas del convento, para que ya no tengan tiempo de entregarse a sus fantasías, pues en esto reside todo el mal".

Ya en la Alta Edad Media el dominico Tomás de Chantimpré señala cómo los "incubi daemonoes" acosaban a las monjas con tanta insistencia que ni la señal de la cruz, ni el agua bendita ni el sacramento de la comunión podían mantenerlas a raya, esta especie de eotomanía monástica culminó en los siglos XVI y XVII. Johannes Weyer, médico holandés, fue el primero en protestar públicamente contra la obsesión cristiana con las brujas, su escrito "De praestigiis daemonum", aparecido en 1563 fue incluido en el Indice de los libros prohibidos, pertenecía a una comisión de la iglesia que investigaba nuevos encantamientos en el monasterio de Nazaret en Colonia. "Su carácter erótico era evidente. Las monjas tenían ataques convulsivos durante los cuales se quedaban tendidas de espaldas, con los ojos cerrados, completamente rígidas o haciendo los movimientos del coito. Todo había comenzado con una muchacha que se imaginaba que su amado la visitaba por las noches. Las convulsiones, de las que pronto se contagió todo el convento habían empezado después de que fueran atrapados unos chicos que en secreto habían ido a visitar a las monjas por las noches". Hoy se describiría esta conducta como una psicosis sexual, en que lo reprimido salía a la luz. Se llegaron a dar casos de embrujamiento, de exorcismo de malos espíritus, se habló de las hystericae, porque las monjas recibían visitas nocturnas hasta de curas, había exorcistas que también se involucraban y todos habían sido mandados a la hoguera en castigo.

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