viernes, 19 de agosto de 2011

la presencia vital del padre y la madre

Creo que se está ante la peligrosa tentación teleológica de asignar el protagonismo de la historia universal a una “intención de la Naturaleza” cuando no directamente a los “designios de la Providencia”. Como el filósofo antiguo Diógenes de Sínope, también llamado el Cínico, quien enemigo de Platón y las ideas platónicas- iba diciendo por las calles que no encontraba a el hombre, esto es, al correlato de la correspondiente idea platónica, ni siquiera buscándolo con un candil. Pues aquí podríamos decir lo mismo, pero con el Padre, no encontramos al padre. Lo que está en crisis no es en sí las familias, que se vertebran en plurifamilias, que en cierta forma, no se pierde el arraigo si hay una red solidaria entre ellas. Y en esto es en lo que se debería poner una intención.

Las culturas orientales rechazan el individualismo occidental, que les parece insolidario y brutal. Creen que el grupo, las redes familiares amplias, son más importantes que la autonomía y la independencia personal. Este modelo normativo de ser humano, comportamiento debido y sociedad ideal penetra en toda la estructura psicológica. Determina modos distintos de organización afectiva, carácter y personalidad.

Hoy por hoy, las personas tenemos estadísticamente muchas probabilidades de tener entre dos, tres o más parejas consecutivamente a lo largo de una vida con la consiguiente complejidad de formatos familiares y de convivencia y, sobre todo, con un alto precio en estrés emocional, afectivo y vincular. Nunca como ahora habíamos enfrentado de forma masiva tantas exigencias emocionales y tránsitos dolorosos. Sobre el síndrome de alienación parental, ahí se defendía una causa que no estaba muy aceptada en la jurisprudencia aun todavía, y ademas el padre tenía que demostrar su inocencia, es decir, que no era causante de hostilidad en la educación familiar y que era responsable de su descendencia. Los estudios más autorizados sobre los lazos afectivos infantiles están basados en la relación entre la madre y sus hijos, pues hasta hace muy poco en la cultura de Occidente el padre ha sido por lo general un actor distante en el escenario familiar. Siempre se ha dicho que los padres “brillaban por su ausencia”. Incluso en hogares donde la presencia paterna está asegurada, el padre pasa con los hijos mucho menos tiempo que la madre. Sin embargo, los hijos y las hijas necesitan la presencia de un modelo paterno cariñoso, racional y benévolo para formar su “yo” y consolidar su identidad, aunque este no tiene que ser necesariamente el padre biológico. Para el niño y la niña resultan vitales las primeras señales de aprobación, de reconocimiento y de afecto que les comunica su padre, porque estas constituyen una fuente fundamental de seguridad y de autovaloración.

Es un hecho irrefutable que un entorno familiar entrañable, protector y estimulante facilita en todas las criaturas la formación de una representación mental saludable de sí mismas, la sensación gratificante de pertenencia a un grupo y la empatía, esa excelente aptitud para ponerse con afecto y comprensión en las circunstancias ajenas. Por el contrario, condiciones nocivas de aborrecimiento, incertidumbre y abandono tienden a fomentar en los menores la suspicacia hacia los otros, el pesimismo, el aislamiento afectivo, y en definitiva, la infelicidad. Estos desafortunadoss pequeños se sienten indeseados e indefensos en un mundo que perciben cargado de rechazo y hostilidad. Los ambientes familiares perniciosos alteran la capacidad de los niños para desarrollar los sentimientos y conductas que ayudan a configurar una imagen positiva de sí mismos. El conocido psicólogo Erik H. Erikson (1902-1994) describió un interesante ciclo de la vida con fases consecutivas, durante las cuales adquirimos los atributos fundamentales que nos ayudan a sentirnos satisfechos con nosotros mismos: confianza, autonomía, iniciativa, intimidad, productividad e identidad. Según Erikson, las experiencias dañinas de la infancia y la adolescencia nutren las raíces de la desconfianza, la desidia, la confusión de identidad y la desesperanza.

La cuestión es que hay como muchas deudas pendientes entre los miembros de una familia. Y es que sobre las “constelaciones familiares” hay una especie de conciencia colectiva que se crea en el alma familiar, y que con el tiempo se “venga”, dice Joan Garriga, que está formando también en técnicas psicologicas como el Gestalt, y que habla de las redes familiares.

En el libro de Elsa Punset, "Inocencia radical", se puede leer sobre las nuevas familias, que es en un mundo donde se dan dos tendencias: entre la familia tradicional, o la asfixia familiar, donde todos los papeles y roles estan trazados y entre el desarraigo familiar, al que se exponen las nuevas familias que ya no son monoparentales sino que son más abiertas, tienen otros espacios. Y lo cierto es que puede existir un camino intermedio entre esas dos pautas, en que el niño puede incluso alcanzar una vía para su individuación mejor y de crecimiento personal que la que le proponia la familia tradicional, que era una familia muy pequeña. Por ejemplo, esto no se entendería en otras tradiciones, como las de los indios sioux, donde los niños casi siempre son educados por los abuelos o por la comunidad o la tribu, y no sólo por los padres, a los que se ve jovenes e inexpertos todavía. Pero siempre deben resolverse antes los conflictos internos o interfamiliares, para que el niño se sienta en un ambiente familiar y establezca relaciones de apego y de vínculos afectivos. Y después la gente tiene mucho miedo a volver a amar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario