jueves, 18 de agosto de 2011

el menosprecio de la mujer por parte de los primeros Padres de la iglesia

La mujer aparece desde el primer momento como un obstáculo a la perfección, como un sujeto carnal e inferior que seduce al hombre, como Eva, pecadora por antonomasia, especialmente evitada por los monjes católicos y por la Iglesia. Una y otra vez los teólogos convierten a la mujer en la criada del hombre, en el ser que engendra el pecado y la muerte y lo hacen invocando la Biblia, la historia de la Creación y el pecado original en que la mujer es formada a partir del hombre, a quien seduce.

Tertuliano, uno de los Padres de la Iglesia, a quien algunos católicos elogian como “heraldo de un nuevo ideal femenino” y de “una faceta más elevada de la unión matrimonial”, degrada a la mujer hasta presentarla como “puerta de entrada para el Diablo” y la culpa de la muerte de Jesús. Acusando a la mujer en general dice: “tú eres quien ha facilitado la entrada al Diablo, tú has roto el sello del árbol, has sido la primera en dar la espalda a la ley de Dios y también has arrastrado a aquel a quien el Diablo no había podido acercarse. Sencillamente, has arrojado por tierra al fiel retrato de Dios. Por tu culpa, es decir, en razón de la muerte, el Hijo de Dios tuvo que morir, ¿y aún se te ocurre poner adornos en tu falda de pieles?”. Según Tertuliano, las mujeres sólo pueden llevar trajes de luto y deben cubrirse “su peligrosísimo rostro” cuando dejan de ser niñas, a riesgo de renunciar a la vida eterna.

San Agustín, “lumen acclesiae”, declara a la mujer como un ser inferior que no fue hecho por Dios a Su imagen y semejanza, “mulier non est facta ad imaginem Dei”, una difamación muy grave, que se repite hasta los siglos centrales de la Edad Media, en las compilaciones jurídicas de Ivo de Chartres y Graciano y en una serie de importantes teólogos. Todos ellos certifican que sólo el hombre está hecho a imagen de Dios, adjudicar esa cualidad a la mujer es un absurdo. Según San Agustín, corresponde tanto a “la Justicia como al Orden Natural de la humanidad que las mujeres sirvan a los hombres”. “El orden justo se da sólo cuando el hombre manda y la mujer obedece”.

San Juan Crisóstomo considera que las mujeres están hechas esencialmente para satisfacer la lujuria de los hombres. Y San Jerónimo, Doctor de la iglesia como el anterior, y que al parecer “hizo tanto por las mujeres” decreta: “Si la mujer no se somete al hombre, que es su cabeza, se hace culpable del mismo pecado que un hombre que no se somete a la que es su cabeza (Cristo)”. Esta idea llegó a ser introducida en el derecho canónico por medio de Graciano.

Es tristemente famosa la anécdota del sínodo de Macon (585) cuando, en pleno debate sobre la cuestión de si, en el momento de la resurrección de la carne, las mujeres que hubiesen hecho méritos suficientes deberían convertirse en hombres antes de poder entrar en el Paraíso, un obispo declaró que las mujeres no eran seres humanos, “mulierem hominem vocitari non posse”.

En la Edad Media el hombre devoto tenía que huir de la mujer, no podía visitar las casas habitadas por mujeres, ni comer con ellas ni hablarles. Las mujeres eran “culebras y escorpiones”, “receptáculos del pecado”, “el sexo maldito”, cuya infame tarea consistía en corromper a la humanidad. “A partir de la Edad Media tener un cuerpo significó para las mujeres una especie de deshonra”, escribe Simone de Beauvoir. Y Eduard von Hartmann resume: “En toda la Edad media cristiana la mujer aparece como la quintaesencia de todos los vicios, de todas las maldades y de todos los pecados, como la maldición y la corrupción del hombre, como una emboscada diabólica en la senda de la virtud y la santidad”.

El antifeminismo teológico afecta entonces a todas las capas sociales. De acuerdo con la tipología de San Ambrosio, Adán es igual al alma y Eva igual al cuerpo. Y con la antigua divisa occidental “tota mulier sexus”, la mujer fue considerada como un ser sexualmente insaciable y se defendió con la máxima decisión la doctrina judeocristiana de la inferioridad femenina, que llegó a ser desarrollada en el plano teórico por la escolástica.

Según Honorio de Autun, ninguna mujer es grata a Dios. Según San Francisco de Asís quien tiene trato con mujeres está “tan expuesto a que su espíritu se ensucie como lo está quien atraviesa el fuego que las suelas de sus sandalias se chamusquen”. Y según San Alberto Magno sólo deberían nacer seres humanos perfectos, es decir, hombres. “La mujer ha sido conformada para que la obra de la Naturaleza no se frustre por completo”.

Tomás de Aquino, muerto en 1274, máxima autoridad católica, príncipe de la escolástica, doctor communis, doctor angelicus, elevado por León XIII en 1880 a la categoría de primer doctor de la Iglesia y patrón de todas las facultades y escuelas católicas, cree que el valor esencial de la mujer está en su capacidad reproductora y en su utilidad en las tareas domésticas.

Según Santo Tomás la mujer debe estar subordinada al hombre, puesto que él es su cabeza, “vir est capus mulieris” y más perfecto que ella en cuerpo y espíritu, lo era ya antes del pecado original. La subordinación de la mujer procede del derecho divino y del derecho natural, o lo que es lo mismo, de la misma naturaleza de la mujer, por lo que Tomás le exige obediencia tanto en la vida pública como en la privada. “La mujer se relaciona con el hombre como lo imperfecto y defectuoso, “imperfectum deficiens”, con lo perfecto, “perfectum”". La mujer es espiritual y corporalmente inferior, y la inferioridad intelectual es el resultado de la corporal, más precisamente de su “exceso de humedad” y de su “falta de temperatura”. La mujer es un verdadero error de la naturaleza, una especie de “hombrecillo defectuoso”, “errado”, “mutilado”, “femina es mas occasionatus”, un improperio que se remonta a Aristóteles, repetido a menudo por Santo Tomás y recogido después por sus discípulos.

Para Santo Tomás, como para su maestro Alberto, un hombre sólo debería engendrar hombres, “porque el hombre es la perfecta realización de la especie humana”. Si pese a todo nacen mujeres, se debe a un defecto en el esperma, la “corruptio instrumenti” que habla San Alberto, o bien a la sangre del útero o a los “vientos húmedos del sur”, “venti australes”, que debido a las precipitaciones que provocan son la causa de hijos con alto contenido acuoso, es decir, de niñas.

La mujer según Santo Tomás sólo es necesaria para la reproducción. Aparte de ello atrapa el alma del hombre y la hace descender de la sublime eminencia en que se encuentra sometiendo a su cuerpo a “una esclavitud que es más amarga que cualquier otra”.

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