Hablaré sobre el sacrificio de las Danaides, del que habla en este texto Johann Jacob Bachofen, historiador alemán, por lo visto las Danaides eran mujeres que practicaban el uxoricidio, el suicidio después del enlace matrimonial, porque tenían el privilegio de elegir a sus maridos, en su cultura ginecocrática, era un superior derecho de la mujer, pero cuando fueron vencidas por ciertas reglas y se instauró el derecho de los hombres a elegir, ellas desobedecieron autoinmolándose en vida, por eso se llamó nupcias sangrientas, crímenes sacrílegos de sangre o el sacrificio sangriento de su derecho:
Las Lemnias también alcanzaron celebridad semejante junto con las Danaides, y las sangrientas nupcias de las hijas de Dánao que están en una íntima relación con la ginecocracia de la época antigua. En la trilogía de Esquilo, con Prometeo, no obstante sin señalar de una manera satisfactoria en qué forma se imaginaba esta relación. Pero ponemos de manifiesto aquel aspecto de la ginecocracia al que se asocia el crimen de las Danaides, y solamente desde el cual puede ser interpretado correctamente. La ginecocracia comprende el derecho de la mujer de escoger a su marido. Este es un aspecto del que no hemos sabido nada hasta el momento, y sin embargo justamente este rasgo es esencial para la descripción de aquellas condiciones primitivas de la sociedad humana. La mujer elige al hombre, al cual ella está destinada a dominar en el matrimonio. Ambos derechos están en una relación necesaria. La hegemonía de la mujer comienza con su propia elección. Corteja la mujer, no el hombre. La mujer se da en matrimonio, ella cierra el contrato, no es entregada ni por el padre ni por los agnados del hombre. Como es notorio, esto es una consecuencia inmediata de todo lo anterior.
Pero también el Derecho patrimonial de la ginecocracia exige lo mismo. Según el Derecho materno, solamente la hija heredará los bienes, mientras que los descendientes varones permanecían excluidos de ellos. La mujer tenía asimismo una dote sin intervención del padre o del hermano, y por esto está colocada en una posición independiente de ellos para concluir un matrimonio. Que esta consecuencia es correcta lo demuestra la noticia de Herodoto, sobre las mujeres de Lidia. Asimismo porque las lidias poseían bienes propios escogían marido, y se daban ellas mismas en matrimonio. En efecto, encontramos también entre los estruscos las huellas más indudables y los ecos del matriarcado, particularmente el realzamiento del linaje materno en su genealogía. El mismo hetairismo como fuente para la dote fue señalado también para las mujeres egipcias.
Este es el caso también, cuenta Herodoto, de aquellas ginecocracias sin hetairismo, entonces resulta que en aquella ginecocracia la mujer elige al hombre y se entrega ella misma en matrimonio. El derecho de elección de las muchachas se encuentra también reconocido en otras tradiciones. Para las galas -cuya elevada posición ya destacada en el tratado de Aníbal, en el que quizás la decisión de los litigios era asignada a las matronas galas-, se atestigua en el relato de Petta, la hija del rey Segóbriga, Nanus. Ella es la que entra en la asamblea de los pretendientes y aquí, conforme a la costumbre, ofrece al elegido un recipiente dorado lleno de agua. Euseno, el huésped de Focea, lo recibe de su mano. De aquí, en adelante, ella es llamada por esto Aristoxena. De su hija Protis descienden los Protiadas.
Este sistema está todavía más completamente formado entre los cántabros, de los que Estrabón refiere lo siguiente: “Entre los cántabros, los hombres dan dote a las mujeres. También entre ellos sólo las hijas heredan. Las hermanas otorgan esposa a los hermanos. En todas estas costumbres subyace la ginecocracia”. En esta configuración del Derecho femenino se manifiesta la realización más perfecta del sistema ginecocrático, de modo tan extremado como no aparece en ningún otro pueblo. Pero tanto más firmemente la autoelección por parte de la hija es conservada en el Derecho.
El dato conservado por Paunasias del mito de las Danaides supone una confirmación mas digna de atención de esta interpretación. Para casar a sus hijas manchadas por el crimen, Dánao anunció que no pediría dote ni esponsales sino que elegiría a aquel que les gustase más. Entonces solamente se presentaron unos pocos. Por esto el padre se vio obligado a modificar su sistema. Dispuso un concurso de carrera, y cedió a cada vencedor la elección de su novia. Allí tenemos el antiguo sistema, y aquí el nuevo. Según el Derecho paterno, las cosas están así: aquí el progenitor, en virtud de su autoridad, da a su hija en matrimonio, y la dota. Esponsales y dote pertenecen exclusivamente al patriarcado, caen fuera del sistema del matriarcado; aquí la hija tiene Derecho y bienes propios. Según el antiguo Derecho romano, la locura del padre impediría todo contrato, y también la elocación de la hija.
Esta oposición muestra al Derecho de la ginecocracia en toda su singularidad, y justamente a esto se asocia el mito de las Danaides. En todas las versiones de la leyenda, y también en las Danaides de Esquilo, el horror ante la forzada unión es el eje de todo el suceso. Los hijos de Egipto violan con sacrílega insolencia el Derecho de las doncellas de disponer libremente de sí mismas. Lo es la forzada unión matrimonial, que las jóvenes consideran como una violación de su Derecho superior, ante la que ellas preferirían la muerte, y que ellas, puesto que les es impuesta, vengan mediante las bodas sangrientas. Las mismas ideas exponen Las Suplicantes cuando ellas, presintiendo a lo inevitable, fatal, unión, gritan en Esquilo:
“Sucede entonces lo que nos es impuesto por el destino. Inabarcable es Zeus eterno, nunca vacilan sus decisiones. Así en este matrimonio general se muestra este destino: Que de la mujer es la hegemonía”.
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