lunes, 15 de agosto de 2011

Las Erinnias, el principio ctónico de la tierra

Se alza una contraposición entre dos principios: el derecho del padre, derecho celeste, olímpico, es proclamado por Zeus, a pesar de que él mismo lo había violado, como se lo reprochan las Erinnias, encadenando a su anciano padre Crono. El derecho de la madre es por el contrario ctónico, subterráneo, al igual que las Erinnias que lo representan, y halla su origen en las profundidades de la tierra. Podíamos expresar también esta contraposición sin falsearla en lo más mínimo del siguiente modo: el derecho materno surge de la materia, pertenece a la vida material del hombre, al cuerpo. El derecho paterno corresponde a la parte inmaterial, espiritual del hombre. El primero de ellos posee una naturaleza corpórea, el segundo incorpórea. También el nombre de las Erinnias llama a la tierra. Hera significa la tierra. En latín le corresponde terra y también tera y en alemán Erde. Erinýs también significa divinidad que habita en la tierra. Equivale a theòs katachthónios (divinidad infernal). Las Erinnias son las potencias que dominan las profundidades de la tierra. Hijas de la noche, crearon a todos los seres que viven en el oscuro seno de la materia, toda la vegetación que crece sobre la tierra fue generada por ellas. Ellas alimentan hombres y animales y hacen crecer el fruto del cuerpo materno. Si se enfurecen, todo perece, los frutos de la tierra, al igual que los nacidos de los hombres y los animales. A ellas se le ofrecen las primicias del suelo para la salud de los hijos y la prosperidad de los matrimonios. Por el momento no tendremos necesidad de más testimonios que el pronunciado por las propias Erinnias en Esquilo:

“¡Que no sople jamás un viento funesto para nuestros árboles -os anuncio mis favores-, que los ardores que agostan las yemas de las plantas no traspasen las fronteras del país, y que el triste mal que hace morir las espigas no se arrastre hasta aquí! ¡Que la tierra críe fecundas ovejas, madre cada cual de dos corderos en el tiempo justo y que el producto extraído de la tierra, regalo de Hermes, haga siempre honor al feliz presente de los dioses!”

En lo más profundo de la tierra, en las antiguas profundidades, reciben honores y sacrificios, y se encienden fuegos para festejarlas para que alejen del país todas las desventras y envíen todos los bienes necesarios para el florecimiento de la ciudad. También son divinidades benéficas, que se preocupan de la prosperidad y el bienestar de los hombres: son auténticas Euménides, similares en su esencia terrestre al Agathodaímon (el buen genio) y a la Bona Dea romana. Son llamadas las Diosas Augustas, las semnai theaí, y esta expresión no significa otra cosa que megáloi theoí chthónioi (divinidades infernales). Y como ellas, en las oscuras profundidades de la tierra, engendran a todos los seres vivos y los envían hacia lo alto, a la superficie, a la luz del Sol, del mismo modo todo ser, cuando muere vuelve de nuevo junto a ellas. El ser vivo paga su deuda a la naturaleza, es decir, a la materia. De este modo las Erinnias, al igual que la Tierra, a la que pertenecen, son patronas tanto de la vida como de la muerte. El ser material, telúrico, abraza a ambas, la vida y la muerte. Todas las personificaciones de la fuerza ctónica de la tierra unen en sí mismas dos aspectos, el surgir y el desaparecer, los dos polos entre los que se desarrolla, por decirlo al modo platónico, el movimiento circular de todas las cosas. De este modo Venus, señora de la generación material, también será diosa de la muerte bajo el nombre de Libitinia. Y de este modo en Delfos habría una estatua, llamada Epitimbia, junto a la que se invitaba a los difuntos a subir para participar en los sacrificios destinados a los muertos (Plutarco). E igualmente en una inscripción sepulcral romana, que fue hallada junto al columbario de Campana, Príapo es llamado mortis et vitai lucus. Igualmente en las tumbas nada es más frecuente que las representaciones priápicas, símbolo de la generación material. Existe también una tumba, en la Etruria del Sur, en cuya entrada está representado sobre la jamba izquierda un sporium femenino.


En la isla sagrada de Delos no sólo estaba prohibido morir, sino también nacer. Del mismo modo el fatal anillo de Giges posee la doble cualidad de volver visible e invisible. Imagen de la fuerza ctónica que ha hallado su expresión mitológica también en el arte de Autólico de convertir lo blanco en negro. En este sentido Mercurio, al igual que Autólico, no es sólo el donante, sino también el ladrón.

Bajo este segundo aspecto las benéficas Euménides se convierten en diosas terribles y horrendas, hostiles y perniciosas para todo ser que viva sobre la tierra. En este sentido les agradan la destrucción, la sangre y la muerte. Y en este sentido también serán definidas como un monstruo odiado y maldito por parte de los dioses, como una cuadrilla sanguinaria y repugnante, desterrada por Zeus y condenada “a permanecer siempre lejos de él”. En este sentido recompensan a cada cual según sus méritos:

"Porque la gran muerte juzgará a todos los hombres".

En tanto que deidades de la destrucción, serán también las diosas del destino quienes infrinjan siempre el justo castigo, siendo investidas de este poder por la Moira:

“Ya al nacer se nos asignó la suerte de mantener las manos lejos de los Inmortales. Ninguno de ellos toma parte en nuestros banquetes. Pero los blancos vestidos me están prohibidos... Me corresponde la destrucción de las casas cuando Ares entra y mata a un pariente. Entonces le perseguimos y por poderoso que sea lo anonadamos a causa de la sangre reciente”.

Todos estos aspectos de sus ser se unifican bajo una idea fundamental, en el sentido de que todos ellos deriven de la naturaleza material, telúrica. Las Erinnias son lo que es Éra (tierra), es decir la expresión de la vida terrena, corpórea, física, de la existencia telúrica.

Johann Jacob Bachofen

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